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Reflexiones - Catedral del Espíritu Santo

Reflexiones


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Aprendamos a orar

El primer requisito para un profundo sentido de aprender a orar es tener la necesidad de la oración. Si uno siente realmente que tiene necesidad de orar, aprenderá a orar. Y nada podrá impedírselo. En cambio, si uno no tiene ese sentido de la necesidad de la oración, nadie podrá enseñarle a orar. ¿Cómo se desarrolla ese sentido de necesidad? A veces se produce como resultado de las duras experiencias de la vida. A veces, al pensar en aquellos que amamos, en su dependencia de nosotros, y en la su­perficialidad de nuestras propias vidas. Cada cual debe aprender a orar a su manera. Hay tanta diversidad en cuanto al modo de orar como al modo de llevar una amistad. A menudo uno puede sentirse desalentado por no entender esto. En la Biblia hallamos, para nuestro estímulo, una gran variedad de experiencias en cuanto a la oración. Leemos que en cierta ocasión Pablo oró sobre sus rodillas, Jeremías oró de pie, David oró sentado. Jesús oró postrado en el huerto de Getsemaní.  Ana oró silenciosamente. Ezequiel oró en voz alta. Algunas personas oraban en el templo. Otras oraron en la ca­ma, o en el campo, o en la montaña, o en el campo de batalla o a la orilla del río. Desde el punto de vista bíblico no hay una manera establecida de orar que sea la única que hay que seguir. Cada cual debe tener libertad de hacerlo a su manera. En cuanto a la duración de la oración, tampoco hay una práctica uniforme. En general, puede decirse que damos poco tiempo a la oración. Sin embargo no es prudente establecer una norma rígida en cuanto a horas y ocasiones. Cada cual debe aprender a orar a su manera, seguro de que hay muchos senderos que llevan a Dios. Hay…

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La Sociedad Divertida

La felicidad verdadera no radica en la risa. A pesar de que vivimos en una cultura “light” (superficial) y una de las características de esta es la “sociedad divertida”, muy a menudo el rostro del hombre contemporáneo resulta ser un indicador de su estado interior. Cuántos hay que ríen y emanan raudales de jovialidad en público, pero que en privado son unos desventurados y miserables. Incluso tienen miedo de estar solos. Por otra parte, hay cientos de personas con un aspecto grave y serio, cuyos corazones están llenos de sólida paz. Hoy por hoy, las sonrisas que se nos ofrecen tienen poco valor, todas llevan un sesgo de pena, como lo dice Gilles Lipovetsky en su libro «La era del vacío»: la pena por envejecer, la nostalgia de la juventud, la conciencia de la inminencia del fin. “Un hombre puede reír continuamente y en el fondo ser un desdichado”. La palabra de Dios nos enseña que “aun en la risa tendrá dolor el corazón” (Pr. 14:13)   Christian Casanova del Solar Compartir esta página en: WhatsApp

¿Muerte de Dios?

Bien dijo el filósofo alemán Friedrich Nietzsche: “el desierto crece”. Sí, donde miramos, podemos ver cristianos como el desierto de Atacama, el más seco del mundo, pero también en medio de él se dan pequeños huertos de vida abundante. En el famoso pasaje del libro La Gaya ciencia, donde Nietzsche presenta la idea de la “muerte de Dios”, aparece un loco buscando a Dios en plena plaza pública ante la mofa de los circundantes, a los que termina gritando: “¿Dónde está Dios?, os lo voy a decir. Le hemos matado; ¡vosotros y yo! Todos nosotros somos sus asesinos”. Sería bueno para nosotros valorar estas palabras, si aún nos queda algo del coraje de la fe. Sí, somos nosotros los cristianos —laicos, pastores, teólogos y sacerdotes—, los asesinos de Dios, los que hemos dejado que el desierto crezca y que la tierra fértil se transforme en tierra árida. Dios se ha retirado de nuestra cultura y de los corazones de los hombres, porque no encuentra “buena tierra” donde poner semillas de su Palabra. Somos todos nosotros los “creyentes” y no los ateos, los que hemos dado muerte a Dios en nuestra cultura, ya que la mayoría del cristiano típico de hoy, es como un camino seco o como un pedregal; que aunque se goza al oír la palabra, el gozo no tiene raíz profunda en el reino de Dios y es de corta duración. Muchos de los grandes esfuerzos religiosos de hoy, son más producto del mercadeo que de la fe viva, son una especie de constatación de la “muerte de Dios” en nuestra civilización. Aunque el desierto del nihilismo crece, nos queda aún la promesa del Dios verdadero que dice: “Haré brotar ríos en las áridas cumbres, y manantiales entre los valles. Transformaré el desierto en estanques de agua, y…

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No amoldarnos al mundo

El Apóstol Pablo dice en su carta a los creyentes de Roma: “Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente”. (Ro 12: 2) El “mundo”, en muchas partes de los evangelios, se nos muestra como enemigo de Jesús y sus enseñanzas. Sin embargo en otros pasajes se nos dice lo contrario: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3:16). El “mundo” es el lugar en el que Dios nos pone para vivir. La Biblia no se refiere al lugar físico en que tenemos que vivir, sino al ambiente, a los criterios que deben regir nuestras vidas acá en la Tierra. En otras ocasiones el “mundo” es presentado como corrompido, por los que viven en el mundo. Es en esta segunda acepción que Pablo nos exhorta a no conformarnos sino a transformar al mundo. Esta advertencia es válida para todos los períodos de la historia; no sólo para los cristianos de Roma. Esa ciudad, capital del mundo de entonces, recién tenía pequeños grupos cristianos que se veían sumergidos en un mundo corrompido y corruptor. Y en ese mundo tenían que vivir. El peligro de dejarse envolver por costumbres contrarias a las enseñanzas de Jesús, que Pablo les había dado a conocer, era muy grave. El mundo en el que estaban viviendo esos primeros cristianos de Roma se dejaba llevar por costumbres y principios que contradecían puntos fundamentales de la enseñanza de Jesús. Era la época en la que reinaba Nerón, el más corrupto de los emperadores romanos, que asesinó a sus oponentes, a su madre, a su esposa; que hizo incendiar Roma y persiguió a los cristianos. “No os acomodéis al mundo presente”,…

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Los peligros de la Era Tecnológica

Parecía que la tecnología nos era ventajosa, bien lo decía Martin Heidegger cuando hace muchos años nos escribía sobre la época técnica, y nos declaraba que la técnica era un modo de existir del hombre; una nueva forma de existir, pero no era algo que dependía del hombre. Él dijo: “La tecnología nunca se dejará vencer por el ser humano. Pues significaría que el ser humano es el titular del Ser”. En vez de reconocer nuestro lugar en el mundo, nuestra posición como un ser entre todos los seres, hemos convertido el mundo en algo que existe por y para nosotros. Nuestra arrogancia ha hecho de la tierra un lugar descartable. Tratamos el mundo y todo lo que contiene como algo para ser consumido. Por eso agrega Heidegger: “Una clase de ser, el ser humano, cree que todo el Ser existe para él”. En su tiempo la gente no comprendía esto, pero hoy día vemos cómo la tecnología se ha convertido en un arma poderosa y de dominación entre las naciones. El país que tiene más tecnología domina sobre los que tienen poco o nada de tecnología de punta. Así hemos visto en estos días en los noticieros el caso de Edward Joseph Snowden, consultor tecnológico estadounidense, informante, antiguo empleado de la CIA y de la NSA. Snowden en junio de 2013, hizo públicos, a través de los periódicos The Guardian y The Washington Post el “estado de vigilancia” existente en Estados Unidos. Comentó que no puede “en conciencia, permitir al gobierno de EUA destruir la privacidad, la libertad en internet y las libertades básicas de la gente de todo el mundo con esta gigantesca máquina de vigilancia que están construyendo en secreto”. Este sistema de espionaje no sólo alcanza a las personas comunes y corrientes, sino también a la mayoría de los presidentes…

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